Agroecología, Agricultura Orgánica y Buenas Prácticas Agrícolas: Desensillar hasta que aclare

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Originariamente, la Agroecología surge como una disciplina científica que, como su nombre lo indica, tiene raíces en la Ecología y en la Agronomía como ciencias madres. Pero en la actualidad, se ha convertido en un concepto polisémico cuya interpretación está condicionada por el ámbito y las motivaciones a partir de las cuales es abordada.

A los diferentes significados que ha adoptado el término Agroecología, debe sumarse también la existencia de interpretaciones similares para términos diferentes. Todo ello genera confusión y dificulta la comunicación entre los diferentes actores del sector agropecuario (científicos, profesionales y productores) y entre éstos con los ámbitos de decisión política y el resto de la sociedad.

En este contexto, el presente artículo pretende hacer un aporte para esclarecer algunas de las confusiones más frecuentes, como las que involucran a los términos Agroecología, Agricultura Orgánica y Buenas Prácticas Agrícolas.

¿Qué se entiende por Agroecología y cuáles son sus alcances?

Una manera de reducir el nivel de confusión cuando nos referimos a la Agroecología, es definir  previamente desde qué perspectiva o en qué contexto vamos a utilizar este término. Así,  por ejemplo, desde la perspectiva académico-científica, la Agroecología es considerada una “disciplina que utiliza los conocimientos de la Ecología para aplicarlos al estudio, diseño, manejo y gestión de los sistemas productivos, con miras a mejorar la sustentabilidad del sector agropecuario”. Esta definición ubica el centro de acción de la Agroecología en el propio sistema de producción y su contexto ambiental. A partir de ello, es posible desarrollar modelos productivos alternativos a la agricultura convencional, capaces de compatibilizar los intereses económicos del sector agropecuario con los límites que impone el medio ambiente y producir alimentos sanos para satisfacer las necesidades de la población humana.

Ahora bien, cuando el concepto de Agroecología trasciende los ámbitos de la propia disciplina, suele nutrirse de una serie de nuevas consideraciones que no necesariamente aportan a su desarrollo. En algunos casos, por el contrario, se transforman en intentos de apropiación que terminan limitando sus verdaderos alcances. Así, por ejemplo, se la suele asociar a determinados posicionamientos dentro del espectro ideológico y ello, lamentablemente, conduce a una internalización de la grieta que domina la escena nacional desde hace algunos años. De esto se deriva, a su vez, un  intento de encasillamiento socio-cultural de la Agroecología que restringe sus aplicaciones a determinadas modos o estilos de vida, o a determinadas tipologías de productores, particularmente los productores pequeños y de escasos recursos. Por supuesto, estas situaciones merecen ser abordadas y atendidas por la Agroecología, pero no de manera excluyente.

Volviendo a su definición original, la “aplicación de los conocimientos de la Ecología al estudio, diseño, manejo y gestión de los sistemas productivos, con miras a mejorar la sustentabilidad del sector agropecuario” alcanza a todos los tipos de productores, no discrimina por ideología, modo de vida, clase social o cultura. Sus principios fundamentales son aplicables a todos ellos y la verdadera importancia de considerar la dimensión socio-cultural radica en que permite adaptar las propuestas tecnológicas y las metodologías de trabajo a una diversidad de situaciones muchas veces contrastantes en cuanto a tamaño y perfil empresarial, tipo de producción, condición económica, tradiciones, etc. Por ejemplo, los procesos de transición agroecológica aplicados en pequeños productores intensivos de  hortalizas, o aplicados en medianos/grandes productores extensivos de “commodities”, sin dudas requieren abordajes y estrategias particulares aunque las bases científico-tecnológicas de la Agroecología son las mismas para ambos casos.

La transición agroecológica requiere comprender sus fundamentos teóricos

Para poder reconocer claramente cuáles son las deficiencias del modelo agrícola convencional y cómo podemos resolverlas, es indispensable entender en primer lugar cómo funciona la naturaleza. Ello implica que para abordar la Agroecología en profundidad, necesariamente hay que transitar previamente por la Ecología como ciencia madre, la cual nos aporta los fundamentos teóricos y metodológicos para el cambio de modelo productivo. En ese sentido, un aspecto fundamental a considerar es que los sistemas agrícolas, tanto intensivos como extensivos, poseen todos los elementos estructurales y funcionales para ser considerados verdaderos ecosistemas. En Agroecología se los denomina “agroecosistemas”.

Sin embargo, existen profundas diferencias si comparamos los agroecosistemas que se encuadran en el modelo convencional con respecto a los ecosistemas naturales.  Estos últimos se desarrollan hasta alcanzar un estado de madurez donde mantienen la máxima biodiversidad compatible con las condiciones ambientales del lugar. Ello les permite aprovechar de manera integral y eficiente los recursos disponibles y mantener equilibrados todos los procesos naturales (flujo de energía, ciclo de la materia, ciclo del agua, las diferentes interacciones entre organismos, etc.). En cambio, desde mediados del siglo pasado, pero fundamentalmente en las últimas décadas, el hombre ha desarrollado una estrategia completamente opuesta para diseñar los sistemas agrícolas. En primer lugar, ha reducido al máximo la biodiversidad para canalizar los recursos utilizados por las plantas (agua, luz y nutrientes) hacia unas pocas especies de interés económico. En segundo lugar, fuerza al sistema para mantenerlo en estados ecológicamente inmaduros, lejos del equilibrio, porque en ese estado se potencia la productividad. Pero, al mismo tiempo, se pierden todos los buenos atributos de los ecosistemas maduros como la protección del suelo o la conservación de nutrientes y, lo más importante, la estabilidad y la resiliencia frente a cambios en el ambiente.

Entonces, el primer paso para desarrollar una agricultura con bases ecológicas es diseñar sistemas productivos que sean capaces de compatibilizar la alta productividad de los estados inmaduros de la naturaleza con los buenos atributos de los estados maduros. Ésta es una tarea compleja pero no imposible. Se necesita, en primer lugar, aumentar significativamente la biodiversidad de los agroecosistemas. Ello se logra de dos maneras: incrementando la cantidad de especies cultivadas destinadas a cosecha (diversidad planeada) e incorporando cultivos de servicios y corredores biológicos para promover la diversidad funcional (aquella que contribuye al reciclaje y conservación de nutrientes, la protección del suelo, la polinización, el control biológico de plagas, etc.). La biodiversificación de los agroecosistemas es indispensable para promover un reemplazo progresivo de las tecnologías de insumos por tecnologías de procesos, otro aspecto central de la propuesta agroecológica.

¿Es la Agroecología sinónimo de Agricultura Orgánica?

Hay diversas razones por las que, definitivamente, la Agroecología no es sinónimo de Agricultura Orgánica.

En primer lugar, mientras que la Agroecología propicia la biodiversificación y la labranza conservacionista como cuestiones fundamentales, la Agricultura Orgánica admite el monocultivo y la labranza convencional. Así, por ejemplo, si un sistema basado en el monocultivo de soja con tecnología convencional es despojado totalmente de agroquímicos, se convierte en otro monocultivo de soja, en este caso orgánico, pero no en un sistema de base agroecológica. Más aún, con frecuencia la práctica de monocultivos orgánicos responde principalmente a una motivación económica asociada a un precio diferencial de sus granos, más que a un verdadero compromiso socio-ambiental. En concreto, la Agricultura Orgánica resuelve el problema de la contaminación química, pero en ella pueden persistir otros problemas ambientales igualmente importantes como son la degradación de los suelos y la pérdida de biodiversidad.

En segundo lugar, mientras que en la Agricultura Orgánica la ausencia total de agroquímicos es una condición sine qua non, en la propuesta agroecológica constituye una meta a perseguir pero no una condición necesaria. La Agroecología promueve una drástica disminución en la aplicación de agroquímicos y su reemplazo por tecnologías de procesos, pero no prohíbe su uso cuando los mecanismos intrínsecos del agroecosistema resultan insuficientes para controlar el crecimiento poblacional de alguna plaga o para compensar la exportación de algún nutriente en las cosechas. En el capítulo 2 de su libro “Agroecología: bases teóricas para el diseño y manejo de agroecosistemas sustentables”, el propio presidente de la Sociedad Argentina de Agroecología y de la Sociedad Latinoamericana de Agroecología, Ing. Agr. Santiago Sarandón, lo manifiesta taxativamente cuando responde a la pregunta ¿Qué no es la Agroecología?

¿Es posible combinar ambos enfoques?

Absolutamente, es posible desarrollar un planteo de base agroecológica y alcanzar además la meta de prescindir totalmente de agroquímicos. Pero ello no se logra de un día para el otro. Una vez reemplazada la labranza convencional por labranza conservacionista y diseñada la diversidad productiva y funcional, se necesita tiempo para que el sistema en transición desarrolle los mecanismos que le permitan resolver intrínsecamente lo que, en el enfoque convencional, se resuelve con labores mecánicas o insumos externos de fabricación industrial. Por ejemplo, la aplicación de un plaguicida o un fertilizante sintético tiene efectos inmediatos, pero al agroecosistema le lleva mucho tiempo “fabricar”  mecanismos de control biológico para mantener las plagas por debajo de los niveles de daño económico, o alcanzar un balance equilibrado entre la provisión y la exportación de nutrientes. La transición, entonces, puede llevar varios años y se necesita paciencia, convicción y perseverancia.

¿Cuál es el rol de las denominadas “Buenas Prácticas Agrícolas”?

Según el Manual de Buenas Prácticas Agrícolas elaborado por Senasa (2010), éstas consisten en “la aplicación del conocimiento disponible a la utilización sostenible de los recursos naturales básicos para la producción, en forma benévola, de productos agrícolas alimentarios y no alimentarios, inocuos y saludables, a la vez que se procura la viabilidad económica y la estabilidad social“.

También propone que “para trabajar utilizando buenas prácticas agrícolas se debe tener en cuenta, entre otras, las siguientes actividades: selección de sitio seguro para la producción, utilización de semillas con identidad y de calidad, preparación conveniente del terreno, manejo de plagas y enfermedades en forma responsable, riego con agua segura y utilización racional de la misma, cosechar respetando normas higiénicas, acondicionamiento y transporte adecuado e higiénico de los productos generados”.

Está claro que algunas de estas “buenas prácticas agrícolas”, como aquellas vinculadas a la manipulación y aplicación de plaguicidas y fertilizantes, tienen mayor relevancia en la agricultura convencional de altos insumos. Pero muchas otras no están atadas a un modelo productivo en particular sino que deberían alcanzar a todos ellos. A modo de ejemplo, las labranzas conservacionistas, la siembra de precisión o la agricultura por ambientes son buenas prácticas que pueden ser aplicadas tanto en los modelos productivos convencionales de altos insumos, como en la agricultura orgánica o en aquella basada en principios agroecológicos.

Consideraciones finales

En los últimos años, la Agroecología ha tomado estado público producto de su circulación por una  diversidad de ámbitos como los universitarios, tecnológicos, productivos, culturales, políticos, etc. Las interpretaciones, motivaciones y propósitos con los cuales es abordada pueden ser muy diferentes según estos ámbitos, y aún dentro de cada uno de ellos. Pero, aunque ello genera confusión y muchas veces inseguridad a quienes pretenden transitar por este espacio disciplinario, es un hecho de la realidad que debe ser aceptado a favor del respeto por el disenso y la libertad de opinión.

Sin embargo, cuando nos referimos específicamente a la Agroecología como disciplina científica, no puede existir tanta ambigüedad. Para reconocer y potenciar su relevancia científico-tecnológica es necesario volver a las fuentes, recuperar su sentido original, ubicarla en su hábitat natural (el agroecosistema y su entorno ambiental) y poner el foco de su desarrollo en los aportes que puede hacer para el diseño de sistemas productivos alternativos que permitan superar las anomalías de la agricultura convencional. 

Ing. Agr. (MSc) Eduardo Requesens
erequese@faa.unicen.edu.ar
Profesor de Agroecología
Facultad de Agronomía-UNICEN (Argentina)

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